miércoles, 26 de junio de 2013

A cada paso, a cada momento...



Un canto a la desesperación te acosa de vez en cuando. Esa sensación de querer y no poder. Ese sentimiento de resignación al ver que, aunque tú creas que avanzarás, ni siquiera te has movido de donde estabas. Es justo esa sensación. Y no es justa.

No hablaré de “las personas como yo”, porque considero que cada cual es diferente. Es ahí, justo ahí, donde radica la diferencia: la independencia.  Y  eso, como tantas otras cosas, es demasiado importante como para cargárselo de un simple y llano plumazo.  

Empezaré diciendo que soy de esas personas que nunca se rinden, que siempre dan un paso más, aunque la vida le dé zancadas de menos. Soy de las que ven todo donde el resto ve nada. De las que a cada obstáculo no se para en seco ante él, a mirarle a los ojos y llorar, sino a retarle con la mirada y saltarlo, porque… ¿quién es él para aguarme la fiesta?

Pero, como todo, hoy es uno de esos días. Uno de esos días en los que, sin saber muy bien por qué, estoy harta de obstáculos, de carreras de fondo, de las recompensas que parecen nunca llegar. Cansada del querer y no poder. De dar todo y no recibir demasiado, de sonreír a todo y por todo, aunque no pueda. 

Harta de decir un falso “estoy bien” cuando en realidad me gustaría gritar un “no puedo más”.
Y, curiosamente, la gente que habitualmente cree verme perfectamente, en días como hoy, se hace cruces.

Puedo afirmar estar bien, puedo sonreír aunque rabie por cada poro de mi piel, sin ser vista. Pero creo que no puedo ocultar que, aunque tenga al chico de los grandes ojos marrones a mi lado, a cada paso, a cada gesto, la vida no siempre se conforma con verte feliz. Supongo que necesita acción quien esté allá arriba, controlando todo esto.


 



Demasiada acción. Por hoy basta. 





viernes, 14 de junio de 2013

¿Qué más da? Deja que me ría...

Cuando llega ese momento en que te dices a ti misma “este es mi momento”, te sientes tan grande que nada es capaz de empequeñecerte.

Pues este es mi momento. Y pienso aprovecharlo.

Dicen que las cosas malas nunca vienen solas, pero  esa lección ya la marqué en el libro de la vida como aprendida y aprobada. Así que, ¿por qué no? Abro mis brazos para recibir todos esos pequeños momentos que hacen mi vida algo más grande.

Las sonrisas, las ganas, los logros,  algún fracaso no vinculante, las miradas, los síes, subir escalones sin parar, pero esta vez con un fin determinado. Y sentir, claro, que nada puede pararte.

A toda prisa por el andén del metro, que no lo coges. Que para. Que suben, que bajan. Y ahí estás tú, corriendo a todo gas, como dirían algunos. Y lo coges. Y te sientas. Abres el periódico y parece que el mundo esté tan triste que ya nadie tiene una sonrisa para alguien. Pero ahí estás tú, sonriendo para quien quiera verte, dondequiera que estés: en el metro, en el trabajo, en la calle, en un pasillo de la estación.

Sonríes a tu compañera de trabajo que, aun acostumbrada a estar cara al público media vida, no sabe controlar sus ataques de insumisión, cuando la sumisión es el pan de cada día. Y es que, como me dijo alguien aquel día, a mal tiempo buena cara. Por eso sonrío, porque para llorar siempre tenemos oportunidades.





Sonrío porque me gusta lo que hago, me gusta quién soy, cómo soy y por qué soy así. Me acepto, y aunque no acepte mi pasado, o prediga mi futuro, sé que hoy estoy aquí y eso, como todo, basta.


 

sábado, 8 de junio de 2013

Pequeños momentos, grandes situaciones



Girando. Girando como una verdadera noria, con rumbo, pero sin freno. ¿Qué sería de mi vida si no girase? No sería yo, supongo. Eso es lo que más me gusta de ser yo: mirar atrás y saber que todo, absolutamente todo ha valido la pena: Cada segundo, cada paso, cada lágrima, cada sonrisa, cada mirada, cada vez que prometí ser yo misma y lo cumplí. Y vuelvo al principio y tengo otro final, a cual mejor.

Y es que, si algo he aprendido de la vida es que, si te da la espalda, basta con no conformarse. Todo, absolutamente todo, tiene cierta lección. Y yo, hoy por hoy, albergo mucha sabiduría, más por desgracia que por suerte. Es cierto, no soy afortunada, pero… ¿qué importa eso? Conformarse jamás. Si caigo me levanto y, ¿sabes? Tengo ya cierto estilo para la caída. Será la costumbre, quizá.

Hay determinados momentos en nuestras peculiares vidas en los que creemos que andar sobre tacones es la mejor opción. Y caes, y te levantas. Y te los quitas, porque molestan. Y disfrutas del tacto del césped del jardín en la planta de tus pies. Y te das cuenta de que, sin duda, esas pequeñas cosas son las que realmente valen la pena: las más pequeñas, las que parecen más insignificantes. Tus momentos, tan especiales que nadie entendería nunca. Y sonríes. Y piensas en que, quizá, los pequeños detalles marcan grandes diferencias y que hoy, en este preciso instante, este pequeño detalle marca un antes y un después: un antes y un ahora. El después lo dejamos, al menos por hoy.





Hoy reboso positivismo. Hoy soy feliz. Hoy he aprendido que, aunque tarde, las cosas siempre llegan a buen puerto. Sólo había que soñarlo. Y hoy he aprendido a soñar con los ojos bien abiertos. 


¿Mañana? Ya veremos.